El «Saturnario» de Rey Andújar: un boulevard de sueños rotos
JOCHY HERRERA | Entre la autobiografía y la ficción, Andújar sacude y redefine la calle, el getto y el habitat existencial de hombres y mujeres expatriados, que no apátridos; y como tal, se hace necesario comprender estos textos desde dentro y desde fuera de sus realidades físicas.
Hay, a veces, muertes en la podredumbre; muertes donde la vida, gangrenada, se le escapa a pedazos al fenecido, ocasiones donde la desazón se encuentra encerrada
—Locked— tras las paredes de una cierta ética de la mortalidad; muerte circunscrita entre personajes que construyen la ficción del otro mientras respiran cobijados tras íconos del Mercado y desesperanzas de nombre y apellido exilio. Hay, sencillamente, sueños de volver, o tal vez de escapar, desde hacia un curioso territorio ignorado —Mierdópolis—donde solamente la guitarra del Terror puede conjugar la lógica de Washington Heights con la nostalgia de Villa Duarte y la de un barrio boricua llamado La Perla. Son éstas algunas de las historias plasmadas en las páginas de Saturnario (Editora Nacional, 2011), Premio Letras de Ultramar, Ministerio de Cultura, República Dominicana, el más reciente libro de Rey Andújar (Santo Domingo, 1977). Catorce historias de sueños rotos en el boulevard de la vida.
No habla esta colección únicamente de islas ni representaciones diaspóricas de naciones fracturadas; dibuja también identidades sexuales heridas y en construcción, pasiones y nostalgias de carne y hueso trazadas por un escritor a todas luces atormentado; atestiguamos en las páginas de Saturnario el incesante imaginario del joven autor que ha reinventado el estilo de la cuentistíca antillana contemporánea amenazando el docto lenguaje y la forma tradicional con la certeza del idioma diario. El de las palabras-metáforas de un diyei que sufre de tembleques cuando una chamaca, una jeva, y no un sanquipanqui que se está tragando un cable, le invita a bailar, a manosearse o a darse lengua en un colmadón lleno de panas que sólo buscan janguear en paz. Y sin enfogonarse, furnitura olvidada, tiene la cachaza de entrarle a coñazos al sujeto e irse a la singadera en una cocina oscura, y luego hablamos.
Este libro, brevario del emigrado que nunca se fue ni que tampoco regresa, adolece del adorno, del vestido de la hipocresía de la palabra rebuscada; es, por el contrario, una fresca sacudida al lector quien no cesa de sorprenderse ante la contundencia del ser anónimo boricua en el Bronx o dominicanyork del alto Manhattan; ambas, formas sucedáneas de la nacionalidad caribeña que se forja más allá del Atlántico. Del existir tras los confines equidistantes del triángulo que define un tráfico de vías rotas: la nación dejada atrás que ha expulsado a sus hijos, y la nueva tierra que arropa el ser del emigrado.
Entre la autobiografía y la ficción, Andújar sacude y redefine la calle, el getto y el habitat existencial de hombres y mujeres expatriados, que no apátridos; y como tal, se hace necesario comprender estos textos desde dentro y desde fuera de sus realidades físicas. Debe retomarse el discurso de sus ideas despojándonos del rigor crítico encasillado y de la mirada “académica” a fin de permitirnos que ellos nos “azoten como un viento alisio desatado en plena tormenta”. Es decir, hay que dejarse alucinar por ese presente que dos islas comparten entre aviones, yolas y otras desavenencias. Es por ello que hemos conversado con Rey Andújar sobre su Saturnario.
—¿Cómo motiva tu experiencia de multiemigrado a «Saturnario»?
—Motiva el libro en su totalidad y se extiende a todo lo que hago. Es mi realidad, la de mi familia y amigos. Aunque la escritura y las ideas son deliberadas, hay un momento (in)consciente durante el ejercicio literario, digamos la parte metafísica, que retrotrae la experiencia, se atan cabos y resaltan coincidencias, cosas muy interesantes relacionadas con lo vivido. Pero al fin del día, es literatura, y en cuanto a esto, trato de separar lo emotivo.
Viajo muy poco por placer, quizás esa manera de desplazarme tiene mucho que ver con el ojo que mira, la mente que recoge y el corazón que guarda y procesa.
—En el canon de la cuentística caribeña, ¿dónde caben estos cuentos?
—No soy la persona indicada para responder esto. Es de mi conocimiento que poquísima gente, por no decir nadie, me lee en Cuba. A Puerto Rico la edición existente no ha llegado, no llegará. En Santo Domingo, pues lo leerá un grupo muy reducido, ya que las ediciones de Ferilibro-Editoria Nacional, aunque muy cuidadas y de gran calidad, adolecen de una distribución limitada. Esto obviamente dificulta el ejercicio crítico, que es donde se asignan los lugares en el canon.
—Mientras en «Amoricidio» el amor es asesinado, en este libro él mismo se muere… ¿Son acaso éstas, historias de desamor?
—Agradezco esta inteligente lectura y claro que puede ser aplicada al texto. La mía es una literatura de amor y pretendo la bondad; pero el amor también es egoísta e irracional. Algunos se dan cuenta, otros se hacen los ciegos. El amor no cambia. Cambia la intensidad del sentimiento y quizás el objeto, pero el amor como tal, para nada.
—¿Estarías de acuerdo con que la sexualidad es un fuerte protagonista de estos cuentos? Es decir, la sexualidad incompleta, la tronchada, y la alteridad.
—Sí. Muy buena observación hizo Máximo Vega cuando habló de cómo en este libro el lenguaje cambiaba con relación a los anteriores. Sí, quise hablar de la sexualidad y de cómo se traduce ese tráfico y ese exceso de calcio en el hueso de los caribeños. La diversidad de ese Caribe se extiende también a las maneras de bregar con el cuerpo sexual, pero a mí, como artista, lo que me interesa es el lenguaje. No me propuse hablar del tema en específico sino del concepto, y lo hice tomando riesgos a partir de lo hablado; es la primera vez que uso spanglish sin rodeos, algo que evité bastante en mis primeros trabajos.
Ahora bien, aunque como artista no estoy aislado y pertenezco a una sociedad, mi intención, en lo más mínimo, es concientizar o enviar un mensaje ni simpatizar con éste o aquél grupo. Lo mío es escribir, me preocupa escandalizar el lenguaje, trocar, transtornar el sentido de las palabras. La trascendencia que esto pueda tener —que considerando la pregunta con relación al canon, es mínima—, se aleja de mí durante el proceso creativo y desaparece en su totalidad luego de que el libro está publicado. Hay un mantra al que acudo para olvidarme de lo impreso y que me ayuda a continuar, “It’s on paper, so game over.”
—Lo vernáculo, ese lenguaje tan local que invade a «Saturnario» danza de forma rítmica a la par de la palabra “elegante”; ¿cómo lo logras?
—No es algo que me proponga y que regularmente noto en las relecturas finales. Entiendo que el género reclama este tipo de lenguaje, ya que escribir cuentos es (re)hacerse de manera constante. Si la novela, por ejemplo, es una gran estructura-resultado de los fracasos anteriores, el cuento, en una escala contenida, propone una revisión constante. Se escribe desde el otro cuento, ya sea fluyendo o contradictoriamente; se escribe en el ahora, considerando lo próximo. Qué mejor lenguaje que el propio, el antropológico, el (in)consciente, para contar estas historias.
—¿Dónde se posiciona «Saturnario» respecto a tus textos anteriores?
—Desde El factor carne decidí que las colecciones de cuentos saldrían como fueron concebidas, fluidez o accidente. Mucha gente me comenta que prefieren ciertos cuentos a otros. Se sorprenden cuando les secundo la moción. Escribo las colecciones como si fuesen sesiones de performances (eso lo aprendí de Pastor de Moya). Quizá un cuento esté más balanceado que otro, pero por lo explicado más arriba, te podrás dar cuenta del sentido de consecuencia que pretendo en estos trabajos. No dudo que lo elegante radique en la artesanía. Decía Hijikata que Life catches up with form. | JOCHY HERRERA, autor de Extrasístoles (y otros accidentes); miembro de la Mesa Directiva de la revista contratiempo.