Tuesday, April 27, 2010

EL LADO CENTELLA DEL AMOR



A LOS BABYS, A LO QUE FUE DE AQUELLO

El cine y la poesía son medios de expansión del alma, ese estado dilatado, trance, de nuestro ser. Lo lírico, consciente de los poderes en el símbolo, pretende excitar lo ostensivo; el cine enmarca el espacio de la realidad mediante un juego que permite una suerte de multidimensionalidad de la vida; un movimiento suspendido. Ambas, cine y poesía, se conciernen en un acto de reciprocidad.
El lado oscuro del corazón fue uno de los primeros films suramericanos, en castellano, a los que tuve acceso. Eran los albores del nuevo milenio. Para el nuevo sujeto social resultaba difícil plantearse el arte como una invasión al sensorio; el mundo se consolidaba como el delirio de la repetición y el consumo, lo global. No obstante, con aquel grupo de hermanos, hermanas, quedamos extasiados frente la magia del lenguaje universal, humano, de la pasión.
Con textos del insuperable Benedetti, Girondo y Gelman, Eliseo Subiela consigue concatenar el sabor del fracaso de seres que plasman con imágenes vitales su trasiego; estos personajes –impecablemente interpretados– se entregan a un juego de espejos atemporales, llenando al espectador de las cavilaciones más simples y contundentes
En El lado oscuro del corazón queda demostrado que la belleza, como la poesía fílmica, no necesita explicarse.

Monday, April 26, 2010

No nos dejemos

No podemos permitir que nos sigan avergonzando de ser dominicanos. Es hora de organizarse alrededor de un esquema educativo, real, adaptado a las necesidades de un país asediado por el hambre, la falta de priorización por parte de las "autoridades"; por la narcoeconomía y la permisividad de quienes por malasuerte nos gobiernan. Hay que ponerse para su número. Hace falta voluntad. No es con violencia. Es con opciones y acceso a los materiales; cualquier otro tipo de revolución sería un acto desafortunado e incongruente.

Sunday, April 4, 2010

Isuko


La luz del bar me regalaba el par de manos nerviosas en la mesa escondida jugando, con un cigarrillo apagado; añadían, Esta gente… odia el silencio. Se refería los del teatro. Acabábamos de escapar de una pieza físicamente inaguantable. El público estaba peor; se paraban, tosían, hablaban casi a gritos. Compartí las frustraciones y fabriqué una mirada con restos de juventud, esperanzado en que ese gesto me la devolviera como la besé en Washington hace cuatro inviernos, antes de la belleza arrebatadora de Tamiko se convirtiera en el ayuntamiento que invitaba locuras. Sé que la llamarás, dijo Isuko, haciéndole una seña a nadie con la copa vacía; rogando que cualquier mesero la salvase de la ruina. Siempre es demasiado tarde. Hay una duda en tu silencio, mentí. Eso me dio tiempo para alcanzarla, besarla sin miedo. El mesero, que se llamaba Eurípides –lo repitió–, dejaba la botella. No quería emborracharme esa noche, ni confesarle que había invertido todo este tiempo en construir, con restos de olvido y perfume de sudores, un puente que me alejara de Tamiko y me acercara a esta mesa, a la posibilidad de terminar ese vino, pedir otro y llevarlo a mi habitación y dejarlo definitivamente a la mitad. Entonces, en el momento de la noche en que yo no podía desear otra cosa que arañarnos, ella mantuvo el tema principal, descubriendo mi farsa, buscando en mi cara vencida, un motivo para alargar su madrugada que era mi noche y mi ayer y quizás sacarme alguna confesión de la vida con su hermana, esa otra mujer, como ella sin una pizca de ironía, la llamaba. Pero la confesión, inesperada, llegó mucho después, mostrando impúdica el dolor desde aquel lado de la mesa que era otro mundo y otra tarde de sol; una patria a los trece años. Una playa calma. La odio. Tú no lo sabes; quizá ni te interese… ella es como esa gente eliminable; morúpidos que hablan y sacan el celular en los cines, en los teatros. Gente, absurda, totalmente dispensable.

Thursday, April 1, 2010

ogden



Apiádate de ella, boca, pienso, dejando arrastrar tu nombre cálido sobre todo lo que sale del retrato en blanco y negro, carioca. Me escribes que todo bien, que te contaron del incidente: de cómo me convertí en la mujer ésta, la casada, la que se ha gastado una quincena comprando todos tus libros, pretendiendo conocerte, andarte los dedos.
Pero tú malcuras todo sufrimiento y decides ser el Mayimbe, leerme las llagas. Y es que con ese disparate de sonrisa, esa furia acumuladora…
Ojo: ahora es que usted prescinde de Ximena, o se hunde con ella:
Resulta que éramos jóvenes, que soñábamos con un país de agua Pellegrino y quizás una finca en las afueras. Y las opciones se dificultaron y con ellas el amor y con ellas las visas y los pasaportes azules. Se estaban acabando, había que hacer lo que fuere.
Y lo fue.
Me contaron que ya no escribes mi nombre en la lluvia, que ya no detienes huracanes y que prestas al 15%. Qué bajo, qué bien has caído. Ahora escribes novelas policíacas, como si la vida no fuese lo suficiente…
Los hombres son el esperpento, abajo la confiabilidá, fue lo último que gritó cuando le conté quel apartamento en Isabela era la belleza hecha piedra. Y me resultó profundamente interesante el haber mencionado piedra, porque desde que Ximena acabó con mi vida he decidido caminar el mundo con la piedra aferrada, para que todo el que me pregunte, Por qué usté anda con la piedra incrustada, tenga que responderse, Ah, esa es la piedra de ella; en la que se destrozan los obreros.
Ya ahí el corazón te palpita bocaboca, te pones la chaqueta, y caminas esperando el taxi que te lleva a Ogden, apretándote la bufanda, riéndote solito.