Thursday, April 1, 2010

ogden



Apiádate de ella, boca, pienso, dejando arrastrar tu nombre cálido sobre todo lo que sale del retrato en blanco y negro, carioca. Me escribes que todo bien, que te contaron del incidente: de cómo me convertí en la mujer ésta, la casada, la que se ha gastado una quincena comprando todos tus libros, pretendiendo conocerte, andarte los dedos.
Pero tú malcuras todo sufrimiento y decides ser el Mayimbe, leerme las llagas. Y es que con ese disparate de sonrisa, esa furia acumuladora…
Ojo: ahora es que usted prescinde de Ximena, o se hunde con ella:
Resulta que éramos jóvenes, que soñábamos con un país de agua Pellegrino y quizás una finca en las afueras. Y las opciones se dificultaron y con ellas el amor y con ellas las visas y los pasaportes azules. Se estaban acabando, había que hacer lo que fuere.
Y lo fue.
Me contaron que ya no escribes mi nombre en la lluvia, que ya no detienes huracanes y que prestas al 15%. Qué bajo, qué bien has caído. Ahora escribes novelas policíacas, como si la vida no fuese lo suficiente…
Los hombres son el esperpento, abajo la confiabilidá, fue lo último que gritó cuando le conté quel apartamento en Isabela era la belleza hecha piedra. Y me resultó profundamente interesante el haber mencionado piedra, porque desde que Ximena acabó con mi vida he decidido caminar el mundo con la piedra aferrada, para que todo el que me pregunte, Por qué usté anda con la piedra incrustada, tenga que responderse, Ah, esa es la piedra de ella; en la que se destrozan los obreros.
Ya ahí el corazón te palpita bocaboca, te pones la chaqueta, y caminas esperando el taxi que te lleva a Ogden, apretándote la bufanda, riéndote solito.

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