DIVINO TESORO
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subersivo: para empezar ha de desbaratar las
“ideas preconcebidas” y luego tiene que demostrar las propias.
Pierre Bourdieu
Sobre la televisión
Interesarse por el medio en que se vive es una actitud inteligente; tal es el caso de la escritora Clarissa M. Domínguez Cheheen, quien en un artículo reciente, enumeró ciertas opiniones relacionadas con la literatura joven dominicana. Este texto es oportuno, ya que el esfuerzo de la crítica en cuanto al quehacer novel es escaso y regularmente no supera la reseña.
Esta reflexión crítica parte desde los preceptos que conforman el texto de la autora; pretende aportar a la tesis propuesta.
LIBERTAD. Domínguez Cheheen afirma que “los noveles escritores dominicanos han llamado la atención por la libertad con que ejercen el oficio de escribir.” Esto no queda claro. ¿Libertad? ¿Con relación a qué? Al hablar de censura oficial podría creerse que, porque un escritor no sea perseguido por la justicia, ejerce en total independencia. La falta de un aparato crítico responsable, que promueva el estudio y la discusión de las obras, es también una forma de censura; sin una industria editorial eficiente el trabajo de los escritores queda restringido, condenado a los zaguanes.
LO OBVIO. Para Argénida Romero el trabajo de sus homólogos se caracteriza por concentrarse “en el ambiente citadino.” ¿Qué se concentra en la ciudad, lo que se escribe o quien escribe? ¿Es la literatura joven sólo lo que se refiere a lo urbano? La joven escritora afirma que esta cualidad es obvia; entonces ¿por qué mencionarla? Limitar el trabajo de los jóvenes escritores dominicanos a lo urbano y al “código de comunicación particular de las ciudades, sus modismos […] y la jerga de su barrio y sus ambientes” es de una ligereza inaceptable. La interesante escritura de Josécarlos Nazario, otro de los autores resaltados en el texto, goza de un lenguaje bastante cuidado sin caer en el rebusque; algunas de sus historias transcurren, además, en el campo dominicano.
Romero argumenta que esta literatura (¿cuál, la urbana?) existe desde hace años y se le denomina underground; insiste en aclarar que “la llamada literatura urbana [es] la expresión [lírica-narrativa] del mundo citadino, apegado al ambiente del día a día, al idioma de los temas que nos tocan en la realidad.” Primero: hay que ser precavidos al relacionar los términos underground y arte (la literatura es una expresión artística). En 1961, Marcel Duchamp afirmaba que el verdadero artista del futuro se alejaría de las difusiones de la sociedad del espectáculo mediante una revolución ascética, a la cual el público en general no tendría un acceso total en un mundo cegado por las tentaciones del mercado; "The great artist of tomorrow will go underground." ¿Es underground la literatura novel dominicana? Dudable. Segundo: quien escribiere como un acto consciente; como un ejercicio de (re)configurar su medio, va a apegarse “al idioma y a los temas que nos tocan en la realidad…” Nadie como Marcio Veloz Maggiolo (1936) para narrar su entorno citadino; entonces, ¿es también novel?
CLASIFICATORIAS. El texto en cuestión ofrece opiniones de diversos jóvenes y de un escritor que parece ser la representación de la autoridad, ya que además de escritor es también reseñado como profesor: Basilio Belliard. Aún así, el artículo carece de cierta información. ¿Cuáles son los parámetros para clasificar la literatura joven dominicana? ¿Cronológicos? Bueno, entonces, ¿cuál es la ventana temporal?; ¿de género?; pues, ¿qué hacer con los dramaturgos jóvenes, obviados en este artículo?; ¿de nacionalidad? ¿qué del trabajo de Camilo Venegas, Pedro Cabiya, Romina Bayo; jóvenes, extranjeros que han completado gran parte de su obra en suelo local?
Podría afirmarse que el espacio del rotativo es poco y que el tema amerita un estudio a fondo. En todo caso, una de las dificultades que presenta este texto es la falta de conclusiones. Domínguez Cheheen no consigue especificar su intención; se apoya en las citas de sus convocados sin confrontarlas. Sólo Frank Báez se muestra escéptico ante la clasificación y la suerte de gueto en el que son aglomerados los nuevos creadores. Una investigación seria comenzaría por establecer que, si algo caracteriza a la novísima literatura dominicana es su falta de difusión; las dificultades que enfrenta al momento de recibir una crítica honesta, constructiva. El escritor más joven se encuentra desprovisto de recursos y herramientas: la oferta académica es pobre; las bibliotecas y librerías no cunden; la falta de una estructura editorial hace casi imposible publicar, distribuir un libro; a todo esto hay que sumarle el analfabetismo, la violencia social impuesta por el narcoestado; la poca presencia editorial nacional e internacional. No bastan ferias del libro en donde las agendas políticas son claras; qué hacer con una escuela llena de computadoras si profesores y alumnos no han desayunado.
MEA CULPA. Aun así, los escritores y escritoras jóvenes no estamos exentos de responsabilidad: ninguno de los elementos anteriores es excusa válida para no asediar nuestro trabajo con verdadero rigor científico (sí, la literatura es una ciencia).
ACADEMIA. En un desafortunado comentario, Belliard afirma que “Casi todos [los noveles escritores] pertenecen a la Generación X. De ahí que no les interese el quehacer intelectual, ni la política, ni la responsabilidad social o doméstica.” ¿Cómo se llega a una conclusión como esa? Al considerar un modelo sociológico de investigación, sería posible acceder a las tabulaciones de las encuestas efectuadas entre este grupo de jóvenes. ¿Existen estos datos? Serían un interesante motivo de estudio. Mientras, habría que remitirse al trabajo de Iris Yolanda Reyes Benítez acerca de las maneras de comunicación en los jóvenes del Caribe hispano; en los resultados de esta investigación científica demuestra que las preocupaciones de los jóvenes dominicanos no distan de las mismas inquietudes que tenían los jóvenes hace treinta o cuarenta años (mejorar su estilo de vida en relación con la situación del país, la delincuencia, la soledad, la diversión…) Es muy cierto que el escenario no es el mismo; predominan la manipulación mediática, la enajenación social y la cibernética pero el ser sigue recibiendo estímulos directos del estrato humano; le (con)mueven pasiones básicas como el odio y el amor; el placer y el hambre. Los escritores de su tiempo han narrado y cantado su realidad con las herramientas dadas; en el caso dominicano, con las que se han apropiado. No se puede culpar a una “generación” por negarse al acopio de migajas de una intelectualidad, en su mayoría, politizada hasta el punto de no permitirse acercamientos formales a lo que sin duda será el futuro de la “Literatura dominicana”. Para que exista tal literatura hay que contemplar lo nuevo; habría que estudiar, por ejemplo, el Movimiento Erranticista, olvidado en el texto de Cheheen.
LENGUAJE. Muy pocos investigadores se han ocupado en esta avanzada. Un estudioso de la literatura que pretenda formarse una bibliografía de lo escrito por dominicanos y dominicanas jóvenes, de cualquier parte del globo, se enfrentaría a un grave problema. Tendría que escamotear entre revistas que han mostrado interés en el tema y que corren el riesgo de desaparecer (caso Caudal) o que han desaparecido (caso La gran Vaina). Habría que recurrir casi obligatoriamente a los esfuerzos de Miguel de Mena, quien desde hace años ha organizado una suerte de bitácora-archivo, no sólo con textos de estos autores; también de Mena ha reflexionado sobre muchas de estas obras y ha recogido textos críticos que diversos académicos han expuesto en universidades de Estados Unidos, Europa y Asia. Sí, para sorpresa de muchos, la literatura joven dominicana es estudiada con rigurosidad y es atendida con respeto en departamentos de español en todo el mundo. El miedo de invitar estos textos en los salones de clase locales radica en un puritanismo cojo, hipócrita y desacreditado. Si para el escritor joven es ya suficiente daño el ver su obra descascararse en los anaqueles, también es cierto que es una injusticia privar al público lector de formarse sus propias opiniones frente a una obra y decidir si es apta para su código o no.
Se resalta el tono soez, prosaico, obsceno, de estos escritores, pero otra vez el error es globalizar, lo que evidencia una falta de seriedad en la clasificación. Loraine Ferrand es una de nuestras más destacadas escritoras; su trabajo abarca poesía, teatro y performance, desde una estética de lo marginal, con un exquisito lenguaje; aun así conseguir un libro de Ferrand es una tarea ominosa; ni hablar de los poemarios de Alejandro González, un joven poeta galardonado en dos ocasiones en los certámenes de la Feria Internacional del Libro.
LA ESPERANZA. Escribir es un acto de esperanza. En tiempos cuando, como nunca, el ser se encuentra tan conforme ante lo atroz; en donde la sociedad del espectáculo abruma la imagen, relegando el texto a un espacio inferior, es cuando debemos aferrarnos a lo que nos acerca a nuestra parte más humana. Por rebelde que parezca esta juventud, lo que en realidad pretende es un acto de comunión; en sociedad. Es desfavorable atacar a un joven artista que desee validar sus opiniones.
La vocación literaria –no el oficio– es el resultado de una serie de tropiezos, de riesgos pero también de gloriosos aciertos, que comienzan en la juventud. Cuando Belliard sentencia que la nueva producción literaria “pasará” como una moda que será negada para convertirse en un objeto “desfasado” y “viejo”, prefigura un futuro bastante pesimista para su literatura, para la de todos. También critica de manera inflexible el sistema de educación dominicano, ya que si estos jóvenes no pueden ser considerados escritores, no radica en ellos toda la responsabilidad. El ser no está aislado; es el resultado de medidas y decisiones tomadas por un Estado y aplicadas al colectivo. Sin embargo, muchos de estos jóvenes “indecentes” muestran interés por los textos tradicionales de nuestra literatura; otros, han sido invitados a foros de debate en el país y en el extranjero, en donde han disertado sobre la obra de Pastor de Moya, de Pedro Antonio Valdez, de Rosa Silverio, de Ariadna Vázquez (¿viejos, jóvenes?).
Más que madurar, la literatura de este tiempo tendría que reconocer sus limitaciones antes de enfrentarse a ellas; considerar la sociedad que nos permea, en todo el sentido de la palabra, es la mejor manera de empezar.
Escribir, describir la misma, es ya un buen comienzo.