En un café. El otoño no acaba de llegar; la gente abandona los lagos. Frente a una jarra de cerveza, una mujer de pelo azabache, amarrado en cola de cruz, atraviesa una edad difícil. Afuera, la ciudad es grande y la gente, a prisa, comienza por levantarse las solapas, evitando la burla de viento mojado. Luis la saca del nostálgico embelesamiento con un beso de cristal. Entra, con una sonrisa de Prometeo. Se tira en el sillón. Insiste en comentar el clima.
Un trago de ron, al pelo, confirma el mesero; joven aún; de ademanes neutros, amanerados.
Yes, yes, it is a shame to see each other in this conditions.
Luis alaba el peinado y la mujer, después de agradecer la otra copa, intenta decirle, reclamarle algo, pero la boca se le hace agua. El mesero da la espalda, evitándole la vergüenza. Todo llanto es carajada rota.
It is your fault, you know it Louis, goddamn you.
Por la cuarta cerveza la mujer deja flotar una sonrisa después del eructo. Luis no se asquea, está programado para sonreír. Cuando quiere jugar al serio, su cara se le esfuma a un paraíso de freshman y sonorities.
I want you to know that I am doing this because they told me so…
I swear to you, on my Roberto Carlos record collection, that I have very little, almost nothing, to do with this mess. We will have the check now, young man, please.
La noche desciende hasta las farolas amarillo quemado; se desliza hasta dentro del local, que se ha llenado de mujeres y hombres cabizbajos, delirantes.
Come on… we are leaving now.
Luis busca, entre el bolsillo del tweed, la carta prometida. La mujer la toma y la mete en el bolso. Ahora sí llora, pero sin organizarse. La realidad le está destrozando la cara; quiere marchar, hacer una huelga, romperle la madre… Luis decide irse. Sabe que no va a pasar nada. Es entonces cuando la mujer le cruza la cara con fuerza. Luis no pone la otra mejilla; no hay dignidad que valga. Se va, siempre sonriendo, siempre con la mano a la alemana de antes. La mujer se queda trastocada, con el labio temblando; los ojos con miedo, pensando en el sobre aderezado con la confirmación de lo ominoso. El mesero (ah, siempre el mesero) reaparece con dos shots de ron del barrilito. Comete la indelicadeza de sentarse sin preguntar. Levanta el brazo en alto, brinda, y se lo toma de un trago. Palabras de luz: Cuando el hambre entra por la puerta el amor salta por la ventana.
La mujer, ya sin lágrimas, encuentra el valor y saca la carta del bolso; acaricia con dos dedos la letra apretada del remitente, que reza,
Departamento del Señor Gobernador
Las cartas se multiplicaron como el mítico milagro. Los destinatarios se tomaron la demanda y levantaron sus vasos, pero no las cabezas. El estruendo de los cristales no sirvió ni para los perros.
You know I can do it: I killed before. I killed a man in Malevosick, just to watch him die.
La mujer continuó repitiendo este estribillo. Afuera, las parejas continuaban envejeciendo, ajustadas a un presente de incertidumbre, deudas y distancia.
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