Tuesday, January 19, 2010

Una pequeña ceremonia



Tengo una enfermedad que desafía la ciencia, dijo Rosama antes de encender un cigarrillo largo. Su sonrisa era grande de dientes blancos que contrastaban con el morenaje furioso de su piel. Negra de cabo a rabo, con el pelo lacio que te hacía recordar los cuentos de ciguapas en las faldas de abuela las noches de eternos apagones y pan con agua de limón. Los años me han enseñado que hay noticias catastróficas que uno debe recibir con la misma naturalidad con que son expresadas, cuestión de no romper el hilo divino de la lógica sensible. El cigarrillo siempre ha sido una buena excusa así que asentí, abrí un poco los ojos conciente de que la oscuridad del bar no delataría el temblor en mis manos. No abundé en el tema con preguntas necias. Busqué refugio en los ojos del bartender y pedí dos tragos a mi cuenta, Whisky a las rocas, soda al lado... Ron Extraviejo para la señorita, muchas gracias hermano.

Aprobamos el trago y Tony, el dueño de la barra, que hacía al mismo tiempo de disck jockey, nos bendijo con un merengue. Bailamos pegadito hasta el final, como acabaditos de coser... ella buscaba cosas que se le habían perdido hace años debajo de mis amuletos y espalda baja y yo, oliendo su pelo, mirándola de vez en cuando y robándole carcajadas porque al final eso es lo que uno se lleva. Me encantan esos ojitos de puto que pones, dijo ella agarrándome las nalgas y yo pegándome más. Olvidé lo que me había confesado acerca de su salud, sus manos de enana me empujaron hacia una esquina de la oscuridad y me agarraron fuertemente todo lo que se llama sexo medio. Me dejé llevar sin sorpresa. La boca grande encontró mi oído y con toda seguridad me contó la parte más terrible: Lo más terrible es que puedo morir cualquier mañana de estas.

Ese bar nos gustaba por muchas razones, una de ellas era la pantalla gigante en donde Tony de vez en cuando te sorprendía con un video del concierto Lágrimas Negras de Bebo y el Cigala. Lachan, mi amiga de más tiempo, solicitaba Vete de mí con lágrimas en los ojos y la mayoría de las veces pedía un trago nuevo aunque el suyo estuviera entero, daba golpes diminutos en la barra y contagiaba a todos con el dolor... a ese tema le seguían uno o dos más. Sé que es posible escuchar ese disco entero sin ningún reparo, pero en circunstancias de tanto trago, tanto humo coagulado de camino al techo y la poca luz, era probable que a cualquier mortal con dos centavos de sensibilidad se le cuarteara el alma, así que era mejor dejar las cosas por las buenas y retirarse con Corazón Loco y la cancioncita en portugués, para así dar paso a otros niveles de sufrimiento. En ese bar yo me sentía muy Gianmaria Volonté, muy Ed Harris en Pollock cigarrillo en mano, trago al frente y sufriendo. Mentiría si no dijera que los besos que he robado en las esquinas de esta guarida no han sabido mejor. Puedo, más no quiero, recordar cada uno de los bailes y las cosas que se generaron bajo los efectos de la belleza que allí radica. Exagero: dentro de esas cuatro paredes destrozo cualquier vínculo con la soledad. Llega la hora de ajustar cuentas y ella hace hincapié en la propuesta de hace rato, cuando entre beso y chulería impertinente en la barra lado a lado me soltó con toda la desvergüenza y seguridad de los borrachos: No me gustaría morir sin casarme... no por el papel, sino por la ceremonia. Es cierto, no me propuso nada, pero un favor así no se le niega a un amigo con privilegios. Quieres ser mi esposa, pregunté. Quiero, dijo ella buscando las llaves del carro.

Entre manoseo premarital llegamos a su casa. También nos robamos unos cuantos besos antes de que el padre abriera la puerta, que por cierto, tenía algo extraño en su arquitectura: era bastante pequeña. El padre salió sonriendo y casi invisible por entre la tranquilidad de la madrugada. No se escuchaba un alma. Padre, lo hemos logrado, dijo ella, presentando al hombre del mañana. Tuve que arrodillarme para abrazar a mi futuro suegro. Don Ernesto era un enano.

Seguí trabajando fielmente en mi teoría de aparentar que todo era cotidiano al enfrentarme a la casa con todo y sus características: Recordé un cuento de la niñez en donde alguien llegaba a una casa desocupada para darse cuenta de que todo era pequeño. El padre de la novia me condujo hasta el patio que en oposición a todo lo demás me pareció inmenso, luego comprendí que podía tratarse de una ilusión bastante óptica comparado con todo lo que había allí: Sillas diminutas, diminuta la mesa, las flores y todos los aprestos. La pequeña ceremonia estaba montada, como si estuvieran esperando la boda en cualquier momento. Allí estaban los cuatro hermanos, las tías y los primos... sobre todo la madre presidiendo un extremo de la ínfima mesa: todos enanos, todos pequeños.

Esta extrañeza era combatida por el amor que expresaban al futuro miembro de la familia. No iba a usar traje por un asunto de inmediatez y no podía pedir uno prestado por la discrepancia en las medidas pero para darle formalidad al asunto me buscaron una pajarilla y colocaron una rosa enana en el ojal del bolsillo de mi camisa. Los hermanos me llevaron al baño a lavarme la cara y a cepillarme los dientes para no matar a la gente con el tufo. Mi novia se preparaba en la habitación con sus primas mientras el olor del sancocho de gallina que con alegría se gestaba en la cocina llenaba el ambiente. Minutos antes del evento, el padre expresó su deseo de tener una conversación conmigo... Formalidades, se excusó el pequeño caballero quien decidió que nos sentáramos en la sala. Whisky, ofreció el señor. A la roca, dije, mientras él servía dos vasos cortos y paladeaba el buen trago de Blue Label. Sé que ella le ha explicado la situación, joven mío, y agradezco sobremanera la pequeña felicidad que nos ha traído esta madrugada. Yo iba a decir algo pero me paró en seco con la mano, que aunque chiquita, denotaba una autoridad sacrosanta. Cruzó las piernitas y continuó, Estamos preparándonos para este momento desde que ella nació... puede que parezca tener un poco de tamaño, casi regular, pero tiene por dentro el cuerpo de enana, así que el doctor sentenció que no pasaría de los veinte y ella ya tiene veintitrés. No los aparenta, dije, conciente de que había dicho un disparate. Pues los tiene, aunque ese no es el punto, dijo él seriamente y terminó, con la garganta cojeando y avisos le lágrimas, Usted debe ser un buen muchacho para que ella lo haya elegido, así que lo querremos como a un hijo... usted comprenderá que esto es una mera formalidad, debe irse mañana muy lejos, ahórrese el dolor de su muerte... sólo le pido, como padre, entre caballeros, que la lleve siempre en el corazón con mucho cuidado.

Fue una ceremonia corta y emotiva... no había tiempo que perder. Dijímos, Sí, acepto y hubo aplausos de manitas felices. Amanecía casi pero los pequeños bailaban a mi alrededor, me felicitaban, felicitaban a la novia y nos sacaban fotos al lado del bizcocho. Después de los bailes nupciales de merengue y bachata sin fondo vino el primito con la guitarrita y ronroneó algo que yo tenía escrito en una servilleta, algo bien cursi y borracho... pero después de su interpretación entendí que ese bien podría ser el camino para regresar a la ternura:
Quiero
cantar la canción pequeña de tu pecho
encontrarte siempre eterna
y salir horizontes estrellas a cazar
prendido en tu mirada
de bella y deseada
Quiero
escalar por los tacones de tu boca
compartir de tu sonrisa y escapar de las heridas y el dolor
amargo y caramelo
Ay mujercita por ti yo quiero
acabar con las guerras y en tu nombre
recoger los caracoles
desafinar los acordeones y el dolor
pasillo azul sin fondo
Quiero
dibujarte blanco y negro de montañas
desafiar la poesía para hacer tu boca mía y el dolor
amargo caramelo
Yo quiero un minuto corto contigo
para estrenar este deseo de ajonjolí
Yo tengo una boca de cascabeles
llena de mameyes maduritos para ti
Quiero... puedo... Quiero...

Al fin salió el sol a dañarlo todo y Rosama se excusó de un dolor de pecho intenso, la llevaron a sus habitaciones. Nos despedimos con un beso grande y bueno como consumación de nuestro lazo. La madre se fue con ella, el padre me mostró la salida. Supe que no la vería más. Salí a la calle tropezando con gente sin alma que se apuraban a las oficinas, mujeres con preguntas y sin amor. Empezó a llover a cántaros. Decidí que no tenía nada más que hacer en esa ciudad y me fui sin hacer las maletas, sin despedirme, llorando con el Mar Caribe de fondo camino al aeropuerto.

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