Friday, July 17, 2009


SHINE

LET IT SHINE,
ON YOU.
LAURA IZIBOR




UNO.
No dormí ni un solo día.
Me la pasé conversando con fantasmas y fumando hasta el cambio de turno. Otro doctor y la misma mentira: la condición está mejorando. Estamos tan esperanzados… la infección cede.
Agradezco el gesto desesperado y bajo hasta el café. Las lenguas del sol queman las colas de los aviones. Pero no puedo irme. Soraida está allá arriba, atada a un cáncer de cama: equipos que respiran, excusas y sonidos intermitentes que intentan prolongarle la traición del cuerpo. ¿Podré asirme e insistir en que todo va a estar bien? ¿Que de algo han servido el reguero de flores que han enviado los que no se atreven a enfrentarla en el estado de huida? No. Quiero a la Soraida del abrazo de quebrantahuesos, la resplandeciente, quiero el tamaño de su mordida de bacana: necesito ondearme en el centelleo de su cuerpo.

Dos.
Tropecé con Soraida en un bar demasiado oscuro. Iba por el cuarto trago, sólo por ella. el bartender me sugirió: Llévale una heineken chico. Háblale.
Me volví treinta y tres miedos. La quemé con un cigarrillo.
Vamonos, me ordenó.

Tres.
Caminamos bordeando las murallas. Deteniéndonos para tomar sorbos de aliento: aires con olor a marejada, a deambulante, a orín yerba fresca.
Me llamo Jonás.
Lo sé, dijo con la cadena hermosísima de dientes de miel de leche.

Cuatro.
Salvo el sonido del viento escondiéndose entre las ruinas de la muralla y mi mano terseando su pelo, no se escuchó nada más… quizás alguna espuma de mar estrellándose en la piedra y renaciendo, creando orillas.
Tienes manos de maestro constructor… no puedes ser un mal tipo.
Me demoré en ripostar. Hice apuestas con algún demonio: esta noche la beso. Fui todo pálpito y tropiezo. Los dedos encontraron la boca y midieron.
No había nada que perder.

Cinco.
El doctor, un muchacho llamado Gaastra que nunca pudo adaptarse al dolor ajeno, fue quien me dijo toda la verdad entre cigarrillos. “Suba y confiésele todo porque… Bueno, quizás no quede mucho tiempo. No puedo decirle que lo siento.”

Seis.
Se deslizó un poco entre mis piernas, acomodándose. Proponiendo. Encontré fuerza y la enfrenté: quise escribir una novela pero todo me salía muy propio y personal. La nostalgia. Ya he abandonado todo eso y no hay nada de qué preocuparse, mentí.
Estremeciéndose de risa; elevándose por entre la espuma de las orillas cantó: la alegría no es sólo brasileira... La vida se me partió en dos y sentí una prisa adolescente; un gusano feliz y terrible revolcándoseme. Beso. Sonrisa, otra vez. La luna permitiendo la bahía, el viento retozando. La cadena de dientes blanquísimos, rechina que requeterechina…
Yo soy escritor. Y tú, ¿qué haces?... digo, además de leer la mano.
¿Yo?
Sí tú.
Yo.
Yo brillo.

1 comment:

  1. hm... se sienta algún lugar entre la gradación (pero sin introducción, sin conclusión, que lo conecta) y microcuento secuencial... con aspectos de ambos. y has escrito mejores remates, creo yo.

    saludos

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