Tuesday, January 4, 2011

Navidades en La Habana


En Sangívin Jess me rogó que me extendiese con ella hasta las Navidades pero puse trabas: Tengo que entregar los finales en la universidadAdemás, tá lo de Cuba. Le molestó el hecho de que le tocaba quedarse en ese clima grisoscuro mientras yo me iba a La Habana: tanto Mojito tanta desgracia, playa transparente hasta la garganta, beso sudado en el aterrizaje, los adioses.

Llego a un San Antonio de los Baños que enamora de verde, de acento suavecito, como sugerido, como Oye chiquitico ojos más lindos que tú tienes, bébete otra cerveza, apriétame, tú eres dominicano, tú eres del cielo, qué boca tan dulce.

Me siento completo, borracho de una isla que me faltaba. Escribo en las paredes de Centro Habana: “Te confieso que privando en ciego tropecé con los rumbos de miel que dejaba en tu costillar cuando te adelantaba, apretándote izquierda, me mordiste una oreja, me recordaste mi santo.”

Hace dos semanas le juraba a Jess amor eterno en Irving Park y ahora que hago unos trueques violentos con Cubana de Aviación estoy seguro que dentro de un mes juraré quedarme. Ser cubano. Quizás así adopte un estilo literario que presione lo que escribo; que coloque definitivamente entre la espada y la pared lo que significa entablar desde el lenguaje poético y el habla cotidiana. Una poesía en donde la palabra signifique en sí. Lo común, según Cortázar: Lo insólito es lo contrario a lo común; es decir, una lata. O sea que me siento horrible lejos del Viejo San Juan. Le pregunto al moreno que me machaca las hojas para el Mojito en el Nacional, ¿Cuántas islas me tocan? ¿Cuántas albergo?

Las cubanas te acuestan en los ceniceros para que lleves su marca. Te revuelcas la vida con una cubana y no terminas siendo ni su novio ni su nadie ni su nada: eres un pedazo de hierba que les recuerda de donde vienen; una lágrima mañanera en una film de Pineda Barnet; un trozo de sangre que les hace extrañar al hijo que tendrán contigo; la bruma de una mujer que toma la decisión de escaparse con otra mujer; los bosques sin verjas; playas amuralladas… Tanto tiempo viviendo en Boricua y sin haber amado.

Pero el avión que me devuelve pasa como siempre por la República, en donde me relajan el acento pero no me permiten ser nada más que un DominicanYork en tránsito. El avión llega a Chicago y hay un tren que sale para Naperville. Despierto y te encuentro arrecomodada en mi pecho; me aruñas un bembe y dices te quiero en ese acento tan estrujado, tan no puedo vivir sin ti, tan yo sabía que vocé iba a voltar. En tu casa todavía el arbolito resiste las bombillas y las aureolas, los regalos abajo y sin abrir. La gringada, en suma. Yo destapo la botella de Havana Club para ponerme sabroso. Para entregarte un corazón desbordante, arrestado de mulatos y malecones. Un corazón coraza para regalárteme en Navidad.

1 comment:

  1. Wow, Rey - mira tú, pasando tiempo con ganadores del Nobel. Impresionante.

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